2.26.2005

cafè la blanca

No es cierto que la barra sea de los solitarios, ellos se asoman dos, tres veces antes de decidir entrar a pedir monedas, como una extensión del viejo centro pobre que mete sus narices en este cubo ascético.

De este lado, la vista sería formidable si no fuera la de un puesto de periódicos. Aún es tiempo de moverse al otro lado de la vidriera para ver y ser vistos: se asienta el paseo desde la alameda.

El café es bueno, aunque las envolturas de gansitos y barritas coronando la charola de pan dulce menguan lo académico de la visita.

Me pregunto si también el cilindrero tendrá prohibida su compañía musical dentro del local, no importa, igual desde el umbral de este moderno aparador llegan los sonidos, y porqué no, aquí tiene un tostón compañero…

El volumen sube cuando alguien abre la puerta para entrar, ¿al teléfono solamente? Tal vez para eso está, y los habitantes del centro, -que los hay nadie se sorprenda- tienen la costumbre de apropiarse de su ciudad sin pedirle permiso al INHA.

Es miércoles, casi ha acabado de anochecer y la mayor parte de las mesas -las del centro son las menos demandadas, los comensales nos pegamos a las paredes o a las barras- lucen vacío el naranja pinto -color que siempre había ahuyentado mis ganas de entrar- de las sillas con que esta amueblado este espacio como de línea blanca: pásele al refri, y es difícil escoger acomodo al par de chavos que entran desde el bullicio cálido de la calle, donde pasando se va viendo, a la luz fría del espacio a doble altura, oscuro al fondo por el tapanco en desuso, donde uno es el objeto de la curiosidad peatonal.

Las conversaciones más sabrosas parecen venir de las barras, extensiones de la cocina bajo el tapanco con meseros de aspecto pulcro y educado que atienden sus carriles con el esmero propio del uniforme de médico con moño que visten. Parece que en estas barras los clientes se conocen todos, y hacen con los meseros su tertulia llena de novedades inciertas y bocados afirmativos.

Sydney, el mejor reloj, dejó quietas sus manecillas a las 6 y 25 de algún día.


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casa en hidalgo


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